Desde el Río de la Plata, siguiendo la caída del sol, transitando por un camino de militancia social, recalé en Tierras del Ocaso, una de las tantas que pululan en los alrededores de las urbes «exitosas». Así, como en una «crónica de viaje» elaboré estas ficciones de la exclusión, donde encontré con mi mirada primariamente ajena (más tarde, nativa por adopción), unas sociedades que en sus condiciones de vida, en sus relaciones sociales y en la forma de resolver sus contingencias, se asemejan a las sociedades plebeyas medievales, poniendo en evidencia herencias de las más recónditas tradiciones hispánicas que, al menos en Argentina, sobreviven en los sectores mestizos más humildes, refugiándose allí de las influencias culturales de la más moderna inmigración europea.
Las «soluciones» a la necesidad de vivienda (los asentamientos), ligados a la tierra y sujetos a la prebenda de ciertos punteros políticos, cuales poderosos vasallos del Gran Señor Feudal (el intendente), son similitudes con el medioevo, junto a un virtual analfabetismo por el desacostumbramiento a la lectura de todo conocimiento infrecuente, gracias a las posibilidades precarias de empleo que desalientan la necesidad de educación; además de los «gremios de artesanos» (proyectos productivos, oficios industriales artesanales que resuelven las urgencias), la vida y la muerte en manos de algún «noble vasallo» del Estado (la policía de gatillo fácil, las instituciones políticas de corrupta asignación de recursos, el incómodo hospital de imprudente diagnóstico) y la Fe, puesta en creencias no siempre religiosas como la certeza de una probabilidad ilógicamente favorable ó el chisme voluntariosamente positivo, forjando «ensoñaciones maravillosas» (propias del medioevo) que permiten redefinir las capacidades personales, trastocar la funcionalidad de las herramientas disponibles o reciclar en útiles los materiales descartados (el cirujeo), para hacer posible lo imposible: la resolución de las calamidades propias de la adversa condición social.
De allí el método que recogen los seis relatos del presente libro: «Ficcionar» sobre las más concretas situaciones de exclusión e injusticia, esquivando la piedad de la mirada externa, acentuando el interés por lo que puede generar un sector de la sociedad, aún censurada en su desarrollo cultural por su condición de marginalidad.
El camino para modificar una situación de exclusión, aun desde el arte, suele basarse en el simple reconocimiento del problema, testimoniando las carencias mediante un fiel reflejo de esa realidad, simplificando las formas de expresión para denunciar las injusticias sociales como objetivo primordial de la obra artística. Desde una mirada externa a la exclusión parece casi inevitable describir como irremediables infiernos aquellos lugares donde miles de marginados desarrollan su existencia y toman sus fuerza para luchar por mejorar sus vidas, despreciando de conjunto ese mundo que se pretende defender. Muchas veces este ha sido el lamentable resultado del intentar hacer arte apoyándose en equivocadas formas de «compromiso social» que en verdad se trata de un descompromiso, de una ausencia de participación real en lo cotidiano de lo que se cuenta. Sin la adecuada guía del sufrir real, las realizaciones artísticas en este campo sólo conducen a una especie de catarsis ó, mejor, «limpieza de conciencia» por parte del artista y sus seguidores cuando todos son excluidos de la exclusión. Es un camino paralelo al de las corrientes del Realismo Socialista que no deja elemento de la obra cultural fuera de la intencionalidad del mensaje político, desdeñando la intencionalidad artística, pronunciando un dogma en lugar de desarrollar iniciativas y actitudes críticas. Mas próximos al ámbito geográfico y social, el grupo literario «Boedo» ( Argentina), en la década del veinte del siglo pasado, polemizaban sobre la importancia del contenido sobre las formas literarias en las cuales ellos resultaban toscamente conservadores, aportando desde lo cultural muy poco al desarrollo de los cambios, oponiéndose en sus conceptos al grupo «Florida» (donde entre otros revistaba el ideológicamente antipopulista y genial escritor Jorge Luís Borges), los cuales se consideraban revolucionarios por sus nuevas maneras de construcción artística, sin importarle si acaso en sus obras trataban sobre temas comprometidos o de cualquier asunto banal. En esta polémica, el presente libro elije contenido y forma vanguardista, cruda realidad y creatividad artística para desarrollar el cambio, un poco como los Surrealistas, ligados al pensamiento marxista mientras experimentaban con novedosas formas de escritura y métodos de composición que en su desarrollo rayaban lo místico, tal como la herramienta de escritura automática (escribir lo primero que llega a la mente, sin pautas racionales) y los poemas de Cadáver Exquisito, donde un grupo de personas con una supuesta afinidad entre ellos, aportan versos a un poema que componen colectivamente con su propia lógica, sin conocer de antemano el verso aportado previamente por los demás.
Llevar estos métodos de expresión artística al interior de la lucha efectiva contra la postergación social implica un compromiso más profundo que el mero enunciado ideológico: hay que habitar la exclusión (ser nativo por adopción), no simplemente «reconocerla» (testimoniarla desde afuera). Procurando tal acercamiento desde la militancia social, se elaboran los seis cuentos de este libro, «sintiendo» el barro, la inundación, el agua de pozo y el pozo ciego, la pared de madera y el techo de chapa, la inaccesibilidad de los lugares y el transporte precario y tortuoso que forja el aislamiento, reelaborando estas vivencias en una literatura de desarrollo pretendidamente novedoso. Sin promover la desautorización de la actividad política con intervención real como elemento esencial para la transformación política y social, es intención del presente libro hacer una contribución desde la literatura al mejoramiento de realidades de exclusión, proponiendo elementos de avance en el desarrollo cultural de la sociedad y desde esa contribución bregar por una consideración más solidaria por parte de la mirada externa respecto de las injusticias sociales que se producen en los ámbitos humildes y aun marginales, aportando ya de ese modo a la anhelada transformación.
Se trata de ignorar las fronteras, levantar las barreras, confundir los espacios, a modo de combatir las mediocridades impuestas (el rol cultural que el poder establece para las clases sociales sometidas), «ficcionando» sobre esas realidades puras con temas propios al asentamiento y el lugar de la marginación social (y política), mediante formas distintas de relato y sobre todo tratando de sacar algún provecho estético a la complejidad de nuestro lenguaje castellano, plagado de tantos vocablos preciso para cada tono de las cosas que impide la abstracción. Distinto de otros idiomas que en una misma palabra sustentan sentidos disímiles. ¿Acaso a las mencionadas adversidades de infraestructura debería agregarse la de hablar un idioma que por la masividad de sus definiciones dificulta el abarcarlo Todo (la cosa y sus similitudes, la cosa y sus contradicciones), negándose de ese modo a la dialéctica, al avance del pensamiento hacia la crítica y la iniciativa, eternizándose en el destino de exclusión que a los habitantes del conurbano bonaerense les ha tocado en desgracia?
Relatos que alcanzan a imaginar futuros posibles, tan realistas en su inventiva que pueden resultar algo pesimistas para el entusiasta bando de la lucha, pero dejando el mensaje de Fe y Esperanza (o de advertencia y terror, según quien lo lea) sobre las posibilidades de la resistencia «contra los Superiores dominantes, como ha sido siempre nuestra actitud de oprimidos aun en las más desfavorables circunstancias.» (Fragmento del último cuento «En el Ocaso de la Tierra».). Este es el aporte que desde las orillas de las realidades urbanas ofrendo a la búsqueda del cambio político y social.